De vez en cuando Netflix me hace unas recomendaciones muy raras.
Lleva un tiempo insistiéndome en que vea el reality de las Kardashian. Me insiste tanto que el otro día mi voluntad cedió e hice clic.
No sé, igual me estaba perdiendo algo tremendamente divertido.
Interesante no, pero igual divertido.
Nada, al minuto y medio me salí de aquella cosa sin sentido.
Pero me resulta curioso como de tanto ver algo, al final acabamos echando un vistazo a ver si de verdad es para tanto.
Me pasó hace unas semanas.
Bueno, o meses. No lo sé, llevo un poco mal la cuenta del tiempo últimamente.
Netflix me insistía en que me viese algo llamado Selling Sunset.
Y una de esas noches en que te has acabado de ver lo que estabas viendo y que te da pereza buscar algo, pues dije «venga, va».
Y ahí estaba yo viendo como gente superficial vendía casas de lujo en Hollywood. Osea, casas no, auténticas burradas de 7 habitaciones y 9 baños y medio.
Mi pueblo es más pequeño que aquellas mansiones.
No te imagines unas casas de 1.000.000 €. Eso es porquería.
Casas de 40 millones.
De 100…
No me podía imaginar que un sitio para vivir pudiese costar tanto.
Y menos aún que alguien estuviese dispuesto a pagarlo.
Pero no te estoy contando esto porque me impresione la gente rica o las comisiones de 100 0 200 mil dólares que se llevaban las agentes. Es porque me fijé cómo conseguía esta gente vender semejantes caserones.
Aquí no valía el truco de las magdalenas recién hechas para que el olor inunde la casa, o dar un paseo mostrando las vistas y la piscina infinity con luces nocturnas, o incluso presumir del garaje para 15 coches.
Esto iba de otra cosa.
De conseguir clientes con mucha pasta.
Y la forma en la que lo hacían me parece de lo más simple y eficaz.
Aplicable a cualquier negocio.
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Lorena S.
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